martes, 14 de julio de 2015

El compañero Francisco.






         Había una vez, una religión preponderante en el mundo, compuesta –a grandes rasgos- por dos expresiones filosóficas y copada por una de ellas. Desde Constantino hasta nuestros días, siempre primó la visión liberal, donde la Iglesia hace las veces de monumento a la hipocresía mundial. Estamos frente a una institución con una vasta retórica igualitaria, y una escasa práctica en esa dirección, jugando casi siempre a ser el escudo moralista de los grandes responsables de las injusticias que ha padecido (y padece) la población en nuestro planeta.
La historia muestra que en múltiples ámbitos ha ocurrido que la estructura jerárquica avanza en un sentido distinto (cuando no, contrapuesto) al de las bases. Lo de la Iglesia no es distinto, y quizás la muestra más cruda de ello sea lo acontecido en nuestro país unas décadas atrás, con la trágica diferencia entre el barro del Tercermundismo (la “Opción por los Pobres”, con referentes como Mugica y Angelelli) y el pavimento de la cúpula eclesiástica (lo que podríamos denominar “Opción por la Complicidad”, con Primatesta y Von Wernich como emblemas), que coqueteaba con los amos y señores de las vidas en ese entonces, al mismo tiempo de sobreactuar preocupación y sensibilidad humana.
Frente a este panorama, el abandono de practicantes católicos fue la norma. El abismo entre el compendio de voluntarismo plasmado en el Evangelio y la praxis de la Iglesia, siendo militante de la caridad y despreciativa de la solidaridad (Galeano dixit), sirve como explicación para esa situación. ¿Qué pasó? Pasó que llegó un Papa que vino a retomar los lineamientos del Concilio Vaticano II, fruto de la voluntad de Juan XXIII por lograr una Iglesia reflexiva y más cerca de los castigados del mundo que de los centros de poder. Y en ese despertar de la vocación transformadora es que el ruido viene siendo una constante, desde la palabra y los hechos. Desde Ucrania hasta Gaza, desde Cuba y Estados Unidos hasta Lampedusa, desde el Banco del Vaticano hasta la pedofilia. Si interpretamos que REVOLUCIÓN implica una serie de cambios bruscos en favor de débiles mayorías históricamente postergadas, entonces estamos en condiciones de afirmar que lo que viene llevando adelante Francisco en la Iglesia Católica Apostólica Romana es una REVOLUCIÓN.
Parece claro que actualmente están en disputa dos proyectos de sociedad: uno, con un Estado servil a las Corporaciones, que arrodilla a su Pueblo frente al capitalismo salvaje; y otro, con un Estado que contempla al conjunto de la ciudadanía y tiene como objetivo la inclusión social, la distribución de la riqueza y la equidad. Es en este contexto que las contundentes manifestaciones de Francisco lo posicionan claramente enrolado en la segunda visión, señalando la inhumanidad de la primera y cuestionando su hegemonía pese a los resultados catastróficos que exhibe. Digo Francisco, porque Bergoglio en otros momentos tuvo expresiones más complacientes con el primer paradigma, y cuestionadoras de los Gobiernos enrolados en la segunda perspectiva política y social.
Entonces, ¿Francisco es Bergoglio? Parece ostensible que no. ¿Qué cambió? La entidad de lo que se lidera, y la conciencia frente a ello. De la –a esta altura- célebre “Guerra de Dios” en relación al matrimonio igualitario, a un vehemente cuestionamiento -por ejemplo, y entre otros- de “la concentración monopólica de medios de comunicación social” que hace las veces de herramienta de colonización que moldea conductas y estándares de consumo. Es decir, es perfectamente válido que haya una modificación en la mirada acerca de todas las cosas, siendo distinto el lugar que se ocupa. A distinto rol, distinta perspectiva. La incorporación de nuevos elementos parece hasta lógica.
¿Y los cuestionamientos respecto de su actitud frente a las violaciones a los DDHH que tuvieron lugar en nuestro país en los ’70? Siguen vigentes, como también permanece otra línea de pensamiento que sostiene un combate en lugar de una colaboración. Tanto Horacio Verbitsky como Alicia Oliveira merecen respeto y consideración, mínimamente.
Volviendo al fondo: el cambio sustancial en el enfoque de la Iglesia -a partir de su cabeza, porque subsisten influyentes núcleos conservadores en el Vaticano- quedó masivamente plasmado en Ecuador, Bolivia y Paraguay, donde quedó configurado un escenario conmovedor que expresa la vuelta de la esperanza a partir de una conducción que marca el camino en ese sentido, delineando conceptos claros y con asiento en la realidad. Sobre todo con las palabras de Francisco en la II Cumbre de Movimientos Sociales (la primera había tenido lugar en Roma, con Evo como único mandatario presente), en Santa Cruz de la Sierra, es que a uno le quedó flotando la sensación de estar presenciando un acontecimiento histórico, trascendente para la posteridad. Lo que ocurre es que la contemporaneidad suele potenciar la posibilidad de miradas sesgadas, para sobrestimar o subestimar consecuencias y efectos de determinados hechos. Afortunadamente en el transcurso de las horas aparecieron opiniones calificadas como las de Atilio Borón y Leonardo Boff, entre otros, para confirmar que la percepción particular de uno en relación a lo que había presenciado no era algo desubicado ni exagerado.
Que el máximo representante de una institución -milenaria y poco propensa a la autocrítica- pida perdón por atrocidades, no es cosa de todos los días. Que lo haga delante de descendientes de las víctimas de esas atrocidades, tampoco.
Que desde el centro de Europa se tenga una mirada integral e implore interacción en vez de subordinación potencias-periferia vía Tratados de Libre Comercio y colonización de toda índole, también aparece como algo excepcional.
Sólo por mencionar dos de las muchas crucialidades sobre las que el Papa planteó una dicotomía y asumió una postura. En definitiva, lo que hizo y viene haciendo Francisco fue (y es) patear el tablero.
Escuchándolo en vivo en Paraguay me hizo ruido una crítica suya a la ideología, definiéndola como una maquinaria montada para negar al Pueblo, poniendo como ejemplo lo acontecido en el siglo XX. Haciendo una interpretación por encima, creo que hizo referencia a la publicitación (y agitación) ideológica in extremis, que marcó la tragedia humanitaria que tuvo lugar el siglo pasado, con el nazismo y el comunismo (en la ex URSS) como dos expresiones contundentes de ello. Desde ya que exigir un Estado presente, que fomente un sistema económico que piense más en el ser humano que en la especulación financiera, es un razonamiento profundamente ideológico. Entonces, desde que plantea la línea divisoria de aguas y señala su posicionamiento en un lugar que coincide con el nuestro, es que pasamos del Cardenal Bergoglio al compañero Francisco. Sabemos que en la vida hay veredas, y en ese sentido es que el Papa está en una y, por ejemplo, la jerarquía eclesiástica tucumana está en otra.
Aprovechando esa situación, me parece oportuno traer a colación las palabras del Padre Mugica, que –siendo prácticamente increpado por asumirse ideológicamente- afirma enfáticamente que Jesús fue el primer gran idealista en el mundo, y que un ser humano sin ideología es un cadáver viviente.




PD: para leer algo serio sobre el tema, acá: http://panamarevista.com/2015/07/13/dos-tres-muchos-francisco/

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