jueves, 7 de noviembre de 2013

Terca y loca.




La proyección es un mecanismo de defensa que opera en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto. Se 'proyectan' los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a este objeto externo.


Este concepto sencillo que nos brinda Wikipedia basta para explicar, en el marco de la psicología, un comportamiento reiterado y que se ha intensificado últimamente, que podemos advertir con nitidez en todos los sectores que se oponen fervientemente al proyecto político que conduce los destinos de la Patria desde el año 2003.
Lo que esta (amorosa, altruista, sesuda y lucidísima) banda de pensadorxs contemporáneos afirma sin ruborizarse siquiera un poquito es una cuestión simple, y que no pareciera presentar demasiados inconvenientes para su comprensión: estamos en presencia de un grupo de incompetentes que -obviamente- toma decisiones equivocadas y, no obstante obtener resultados calamitosos, persiste en sostener y profundizar dichas conductas. Los argentinos hace 10 años que estamos siendo (des) gobernados por un conjunto de mentes tercas, cerradas y porfiadas, que son incapaces de modificar rumbos y actitudes frente al fracaso expuesto y contundente. Ni más ni menos que aquella definición de Einstein sobre locura: "hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados".
Escuchamos y leemos, entonces y desde hace tiempo, que la Presidenta es terca, que podría estar todo excelente -y no pésimo, como lo está justamente por la persistencia en la implementación de políticas incorrectas- si ella tan solo tuviera la humildad de reconocer el accionar fallido anterior e impulsara una corrección, un cambio.
Entonces, no hay dudas: CFK es terca y soberbia. El silogismo opositor es lapidario. Si se hace X, se fracasa y se vuelve a hacer X se es terco. El Gobierno hace X, fracasa y vuelve a hacer X. Conclusión: el Gobierno es terco. O, como diría el enorme científico alemán, está loco.
El panorama parece desolador. Estamos en manos de gente, cuanto menos, terca, loca y soberbia.
Lo interesante surge si a uno se le ocurre indagar, aunque más no sea una pizca, en la realidad del país y del mundo para dilucidar la veracidad (o no) de semejante diagnóstico expresado por rostros preocupados y compungidos por las penurias de la república y sus habitantes.
El resultado de dicho ejercicio se expresa en una conclusión diametralmente opuesta a la alarmante afirmación inicial: el desmanejo no es tal, la administración es eficiente y las políticas implementadas han generado resultados positivos.
Los cráneos esclarecidos no sólo señalan una y otra vez, muy enfáticamente, lo desacertado del camino elegido, sino que también -al mismo tiempo- recomiendan las opciones que se deben seleccionar para alcanzar resultados óptimos, ésos que ellos afirman convencidísimos que hasta el momento -debido a las políticas de la terquedad- ni por asomo se logran o pueden concretarse.
Entonces nos cuentan el mismo combo mágico para solucionar todos los problemas que aquejan a la Nación: reducción del gasto público, "sinceramiento" del tipo de cambio (léase: devaluación brusca) y de las tarifas de los servicios públicos, eliminación de retenciones al complejo agroexportador, dólares e importaciones para todos (y todas, claro), disminución del intervencionismo agobiante del Estado (Etchevehere tiene un contemporáneo copyright de ésto), retorno al esquema de participación privada en la administración de los fondos de la seguridad social, endeudamiento a gran escala en los organismos de crédito internacionales, etcéteras. 
La historia y la actualidad muestran una situación contundente: con las recetas de la derecha siempre se ha fracasado. ¿El final de la película? Desempleo a mansalva, exclusión social de a generaciones enteras, default y quiebra del Estado. 
Aún así, tenemos yirando por los medios de comunicación a "especialistas" que -además de gozar con el beneplácito de entrevistadores que ningunean sus currículms, posibilitando que tengan cierto margen de credibilidad en la población- quieren que dejemos de implementar lo que nos viene dando resultado para aplicar aquello que nunca funcionó y que siempre derivó en la misma debacle socio-económicó-político-cultural. Y afirman la necesidad del cambio, ¿para qué? Bueno, para volver a ser lo que fuimos: un país serio, con bocha de seguridad jurídica, integrados al mundo y, sobre todo, sin peleas. Con mucha unión entre los argentinos. Aquella época gloriosa donde no había crispación ni divisiones, la AFIP era un amor y la señora que se pone mal si en la mesa familiar se habla de política, religión o fútbol estaba chocha. En aquel entonces no había videito de internet de oso panda que estornuda, claro. Lo que si había era una inmensa mayoría no favorecida por el Dios Mercado, y entonces condenada a verla de afuera. Lo que si había era un arrodillamiento de lo nacional en favor de lo europeo y yanqui. Lo que si había era una obscena (re) instauración de la división internacional del trabajo, regando el país de galpones vacíos en virtud de un aparato productivo raquítico, diciéndonos que por estos lares sólo teníamos que dedicarnos a la exportación de materias primas. Aunque hace un siglo, al igual que al inicio de este proceso político que nos moviliza a muchxs argentinxs, Pellegrini señalara con sapiencia que "Es necesario que en la República se trabaje y se produzca algo más que pasto".
La derecha es terca y está loca, porque pretende convencernos de que la cabeza actual del proyecto político que viene brindando soluciones en la realidad efectiva hace una década lo es. Proyecta obscenamente, ninguneando de manera grosera la existencia de un escenario nacional y mundial que expone el profundo fracaso de todos y cada uno de sus postulados. Entonces, el quid de la cuestión reside -y ésto obviamente no es nuevo- en lograr que la mayor cantidad de personas posibles comprenda la complejidad del mapa geopolítico actual, y las consecuencias que históricamente han acarreado (y acarrean) las políticas neoliberales, y cuales se desprenden de aquellas que vienen implementándose en nuestro país desde el año 2003. Es decir, conseguir que un número considerable de compatriotas frente a un pronóstico (autopostulado como) serio sea capaz de advertir la presencia del buzón y, como decía un viejo sabio por radio, pensar interiormente "a mí no me la vas a contar".