lunes, 10 de agosto de 2015

La democracia no es un juego de mesa.



Terminaron las Primarias, y quedaron (quedan) una serie de sentencias dando vueltas en boca de quienes aspiran a que se vaya el oficialismo nacional. Uno de esos hits, de gente que vive hablando de la república y pide que CAMBIEMOS, viene de la mano de una palabrita mágica a la cual el sentido común suele asignarle una connotación positiva: ALTERNANCIA. Concepto curioso, dado que en su uso habitual pareciera significar que le toca una vez a cada uno. El argumento que utiliza esta guardia pretoriana de las instituciones de la Patria es bastante sencillo: como ya les tocó a ellos, ahora nos toca a nosotros. En rigor, el detalle que pasa por alto este conmovedor pedido de acompañamiento (con un “por favor” de color amarillo) es algo harto conocido: la DEMOCRACIA no es un juego de mesa. No es un turno cada uno. No es un gobierno cada uno. La alternancia es una hipótesis dentro del juego democrático, que implica la posibilidad de plebiscitar una gestión, para que venga una distinta o no. Es decir, lo positivo es someter a los oficialismos a la voluntad popular, no necesariamente que ellos pierdan. Democracia es que gobierne quien gane, venga haciéndolo o no. Ahí está la clave: que decida el soberano. Pretender un mandato para cada partido con apoyo ciudadano importante presupone un infantilismo mayúsculo, como un nene que acaba de ver jugar a otro y quiere el juguete, y se desprende de declaraciones en tono caprichoso -y haciendo pucherito- por parte de algunos dirigentes, que le manifiestan a la sociedad una suerte de exigencia/derecho de gobernar: “ya le tocó a él, ahora me toca a mí”. No, no y no. No es que inexorablemente te tiene que “tocar” a vos porque “ya le tocó a él”, sino que tenés que hacer los méritos suficientes para demostrar una propuesta superadora a la de él y ganarle, aunque él venga haciéndolo hace muchos años. Con ser “lo nuevo” no alcanza, genios (y genias, claro).
Entonces, se trata de algo muy elemental: asumirse y dar el debate político, sin pedidos lastimosos ni repentinas preocupaciones por la operatividad de nuestro sistema electoral. En general, tanto dirigentes como ciudadanos. Discutir, confrontar posiciones, hacerse cargo de lo que uno piensa y dice. Argumentar, persuadir. No parece algo tan complejo. Lo positivo es tener la posibilidad de cambiar (o no) al final de cada mandato. Éso es mucho. Ojalá la militancia opositora empiece a ser consciente de ello y esté a la altura.