jueves, 18 de febrero de 2016

Quisiera que la recuerden (y la recordarán).





Aunque la transición corta y la agresividad con que Macri salió a marcar la cancha -en favor de la minoría intensa que lo impulsó- le han impreso una vorágine inusitada a estos 70 días de gobierno, es (y fue) posible detenernos en quien terminó su segundo mandato consecutivo, el tercero del mismo ciclo político.


Se llama Cristina Elizabet Fernández de Kirchner, y la despedimos un día de semana que parecía feriado o domingo, haciéndole saber todo lo que la queremos y admiramos, cuánto valoramos su fenomenal esfuerzo para conducir el país, aún en tiempos turbulentos -por intereses ajenos a la mayoría nacional, tanto locales como extranjeros- y teniendo que sobrellevar el duelo más importante de su vida. Se fue (del Poder Ejecutivo Nacional) por la puerta más grande que cualquier persona en el ejercicio de la primera magistratura puede hacerlo: con el Pueblo en la calle reivindicando su gestión, sus políticas públicas. En rigor, la ciudadanía comprometida -con esta nueva variable de militancia empoderada, sumada a la orgánica- y movilizada a partir de un proyecto de país, por intensidad y cantidad, parece sólo comparable a la del peronismo primigenio. Por eso, también y en parte, es que afirmamos que el kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI. Porque lo que se observa nítidamente es lo siguiente: mismas banderas, mismos enemigos, mismos sectores dignificados. Por eso es que resultó curioso cómo, frente a la disyuntiva Scioli/Macri, algunos dirigentes -y también ciudadanos- afirmándose peronistas votaron al segundo, cuyo perfil es harto gorila y conservador. Parece un comportamiento más anti-K que otra cosa.



Decía que Néstor y Cristina nos cambiaron la vida porque (nos) hicieron sujetos políticos a sectores totalmente ganados por el pesimismo de una historia que hizo todo lo posible en las últimas décadas (decepción alfonsinista/el traidor riojano/eclosión 2001) para instalar una amplia falta de participación en aquello que regula la cosa pública, que -en definitiva- es la cosa de todos, y que se llama POLÍTICA. Aprendimos y tomamos conciencia que detrás de una decisión política está la posibilidad de tener laburo (o no), estudiar (o no), proyectar una familia (o no), irse de vacaciones (o no), llegar a la casa (o no), cambiar el auto (o no), jubilarse (o no), mandar al piberío a la escuela (o no), tener salud (o no), enriquecer el alma a partir de la cultura (o no), etc. Y una vez que, a lo largo de estos años, millones comprendimos esa cuestión crucial fue que nos plegamos al Movimiento que apoyaba al Gobierno e intentamos llenarnos los puños de argumentos para defender conquistas desvirtuadas por la agobiante mayoría (de)formadora de opinión pública. Esta toma de posición que asumimos es lo que algún mercenario caracterizó como “la GRIETA”. Brecha que nunca hubiese existido si los kirchneristas hubiésemos permanecido pasivos ante el festival de condicionales y mentiras al que asistimos en todos los ámbitos donde nos tocó y toca participar (trabajo/facultad/reuniones con amigos y familiares, etc.).







Así como Néstor hablaba de su generación como “diezmada”, uno se atreve a denominar a la nuestra como “negada”. Crecimos escuchando que no tenía sentido comprometerse con nada porque todo era la misma porquería, la política era mala palabra, nunca se iban a poder cambiar las cosas y había que formarse para luego irse del país, que no era "NUESTRO país", sino -simplemente- "EL país". El panorama para un adolescente era sencillo: el futuro estaba en Ezeiza. Y era así porque había quedado dando vueltas la bajada de línea muy fuerte de la dictadura, en relación a que lo de afuera era mejor que lo adentro y zonceras semejantes, reforzadas por las políticas económicas fallidas del alfonsinismo y la entrega de los ’90. Habían desaparecido de nuestro diccionario las palabras “Patria”, “Soberanía”, “Malvinas”, “Patria grande”, “Derechos”, “Inclusión”, “Igualdad”, etc. Hablábamos en tercera persona de nuestro país, y para bastardearlo, como si acaso nosotros no tuviésemos nada que ver con él y su funcionamiento. El latiguillo habitual, que aún se escucha hoy y frente a cualquier inconveniente, era “¿Y qué querés, en este país?. También recuerdo chistes donde intervenían distintos ciudadanos de países y siempre el argentino era el ladrón o el corrupto. Al mismo tiempo, los grandes medios de comunicación mostraban que la juventud era un desastre y la garante del fracaso del futuro del país. Lo único que se veía era pibes tirados en una esquina, saliendo a delinquir, drogados, alcoholizados, a los golpes, etc. Siendo apenas pimpollos ya nos sentenciaban como "la generación destruida". Uno escuchaba a gente mayor repetir "La juventud está perdida, tiene que volver el Servicio Militar Obligatorio para poner orden", etc. Así es que pasamos nuestros días como niños y adolescentes negándonos como juventud con capacidad, como miembros de un país al que le negábamos la capacidad para posibilitar el crecimiento y el desarrollo de sus integrantes de una buena manera y con margen para poder llegar lejos, teniendo una vida con éxito y felicidad, con objetivos con chances ciertas de realización. Entonces, crecimos asumiendo que ser joven y argentino equivalía a muchas posibilidades de frustración, porque "Eso que vos querés hacer, pibe, acá no se puede". Casi casi que ni soñar, se podía. El sistema apuntó ahí: a la desesperanza, al desánimo. Éso nos hicieron creer que éramos. Ese era el estado de cosas: autoestima nacional por el piso, cero patriotismo, cero solidaridad, cero nación. Éramos un país, no la nación que se vió -por ejemplo- en los festejos del Bicentenario. Nos habían enseñado a negar nuestra posibilidad de crecimiento y desarrollo junto al país, el que -afirmaban- estaba condenado al fracaso histórico. Cambiamos ese país de la fuga de cerebros por el país con científicos repatriados e inversiones inéditas en materia de ciencia y tecnología, fortaleciendo la industria nacional y el desarrollo autónomo. Volvimos a creer en lo que los argentinos somos capaces de hacer. Cuando hay un Estado que genera las condiciones para ello, claro está. El crecimiento de cada ciudadano ni fue, ni es, ni será magia.



Más allá de la notable sensibilidad social de la compañera Cristina y cualquier enumeración de obras, desde lo conceptual tuvimos un Gobierno que se empecinó en hacernos pensar(nos) y elevar la vara de discusión política, tal cual lo señala Gonzalo Heredia en el 1:02:57. De repente vimos atentos las explicaciones de Messi respecto de alguna investigación científica, el funcionamiento nuclear, satelital, eléctrico, de fibra óptica, etc. Todas cosas que antes nos parecían impensadas. Comenzamos a interesarnos más por la historia. La vimos inaugurando un monumento a un acontecimiento histórico que sólo veíamos en el dorso de un billete, reaparecieron autores como Jauretche, José María Rosa y Scalabrini Ortiz, desafiando a la historia oficial junto a otros como Galasso, Brienza, Pigna, etc.




Y en materia de derechos, lo que se hizo durante estos 12 años fue poner el techo histórico de piso. La clase media creció como nunca y un vasto sector ciudadano se acostumbró a cambiar el auto, construir/ampliar la casa, adquirir/renovar electrodomésticos, consumir primeras marcas, tener trabajo estable, mejorar su poder adquisitivo, viajar en avión, veranear en el exterior, tener universidad cercana, etc. Y, en general, el leitmotiv nunca pudo ser más acertado: PARA TODOS (y todas, claro). Netbooks para todos, televisión en alta definición para todos, vacunas para todos, remedios para todos, estudio para todos, etc. Por eso uno afirma que la recordarán. Aún quienes la consideren una pésima presidenta, frente al retroceso que está llevando adelante Macri, al advertir que el crecimiento personal era fruto no sólo del esfuerzo propio, sino también de políticas públicas, van a echar de menos a Cristina.




Porque, más allá de todos sus defectos, el kirchnerismo gestionó siempre con los trabajadores en el centro. Macri, en cambio, vino a gobernar para la minoría con mayor poder económico. Son concepciones totalmente distintas, y la ciudadanía lo va a comprender rápidamente. Por eso, ante la ausencia de las condiciones de otrora, van a valorar mejor y -seguro- más positivamente la gestión del FPV. Se entiende el desgaste, se entiende que pueden haber disgustado algunas formas, pero cuando uno se acostumbró a un nivel de vida y luego pretenden hacerlo bajar un escalón, lo más probable es que se empiece a analizar de manera más favorable la etapa anterior que hizo posible ese confort.




El tiempo, claro está, siempre es un buen ordenador y ayuda a mirar mejor los acontecimientos. Ya Néstor le había señalado a Cristina durante la crisis de la 125, en el año 2008, frente al dolor y la incomprensión de la Presidenta ante la virulencia y agresividad opositora de un sector de la ciudadanía que se manifestaba vehementemente contra el mismo gobierno que había contribuido a su progreso: dales tiempo, ya se van a dar cuenta. Y vaya si nos dimos cuenta. Y vaya si no crecimos en nuestro pensamiento y nuestra conciencia. Uno escribe como alguien que votó al FPV por primera vez en el año 2011 y que, por ejemplo, en el momento del lockout patronal rural estaba inmerso en una profunda desinformación, apoyando la posición contra el gobierno nacional. Sólo por ignorancia, claro. Casos así, hay miles. En la interpelación constante al poder real es que a nivel ciudadano ocurrieron muchos intercambios que luego devinieron en persuasiones y crecimiento del Movimiento. Fueron mucho más que mil flores. A modo de anécdota, cuando tuve la oportunidad de viajar a la apertura de sesiones ordinarias del año 2015, en el colectivo escuché a una compañera comentar que ella había participado de uno de los cacerolazos del año 2012, el famoso “#8N”, y que sin embargo se encontraba a esa altura bancando al Proyecto. Es decir, no debemos enojarnos ni agredir a quienes aún permanecen en una posición política que es contraria a sus propios intereses, atrapados en la inmensa maraña desinformadora. El camino es sencillo: prepararse, organizarse y ser inteligentes para acompañar la caída de fichas. Estos tiempos, donde -Nannis dixit- muchos argentinos lamentablemente van (vamos) a tener que experimentar el tránsito del caviar a la mortadela, van a otorgarnos un capital político que debemos aprovechar: los arrepentidos. Los decepcionados por alguien que les prometió que no iban a perder nada de lo que tenían, que no iba a haber devaluación, que no iba a haber tarifazos, etc.





Volviendo al principio, se fue del gobierno una de las más brillantes estadistas de la historia contemporánea. El mundo, los foros internacionales, trascienden ampliamente el análisis de calzas y rumores malintencionados. Lo que se hizo fue muy importante. Tenemos una gran dirigente, con muchos años por delante, y el sector de la ciudadanía que el 22 de noviembre eligió la otra opción electoral, seguramente con la real dimensión que permite la distancia irá valorando mejor la gestión, en función de todo lo positivo que consideró automático en estos años. Porque NO-FUE-MAGIA, porque costó mucho, porque hubo un enorme laburo detrás de cada avance para el pueblo argentino: volveremos, y seremos millones de personas asumiéndonos parte de un colectivo y pensando en plural, abogando por la igualdad. “La Patria es el otro” no es un slogan, sino una forma de vida, y es en la adversidad cuando más lo van a seguir comprobando. Aunque algunos se pongan nervioshos.









miércoles, 3 de febrero de 2016

La revolución de la abstinencia (para la mayoría)













Una vez que te acostumbraste al caviar, es muy difícil volver a la mortadela.



Estas palabras de la filósofa contemporánea Mariana Nannis ilustran un poco el duro CAMBIO que ha venido a proponernos el nuevo Gobierno: terminar con los “excesos” populistas que la mayoría ciudadana había asumido como derechos, a lo largo de estos años de kirchnerismo. Personas presentadas como serias y profesionales independientes pululan en la mayoría de los medios de comunicación queriendo convencernos de que vivimos una ficción y que es hora de “sincerar” nuestras posibilidades. Todo “por nuestro bien”, “para corregir los graves desequilibrios que acarrea la economía nacional, como consecuencia del desfalco de la administración kirchnerista”, “pesada herencia” y otros relatos fantásticos.






El cuentito que nos viene a contar Macri es el mismo que siempre expone el neoliberalismo para todo tiempo y lugar. No sólo soslayan las fallidas experiencias de estos recetarios en absolutamente todos los casos, sino que además ni siquiera son originales, y a ésto hay que decirlo bien claro: lo del equipo económico del Gobierno no es más que un compendio de zonceras económicas, instrumentadas a través de medidas sumamente regresivas para la mayoría de la población, pero que busca consenso social a partir de algo que ya le escuchamos -entre otros personajes nefastos de nuestra historia- a Cavallo: TODOS (y todas, claro), menos la clase alta, debemos hacer un “sacrificio” presente para obtener una supuesta -potencial, y jamás realizada- bonanza futura. Es decir: hambrearse y pasarla mal, esperando que el incremento de la tasa de ganancia de los grandes jugadores económicos derrame mágicamente sobre el resto de la sociedad, que mira la copa desde abajo.





En concreto: han venido a pedirnos que sonriamos para una foto donde tenemos que resignar cuestiones que considerábamos adquiridas en estos últimos años, empezando por la fuente laboral y el crecimiento de nuestro poder adquisitivo. ¿Piensan, acaso, que un sector de la ciudadanía que había progresado va a aceptar mansamente dejar de tener ese nivel de vida y confort al que se había habituado? ¿Creen que los retrocesos se van a aceptar porque “hay que hacer un sacrificio”? ¿Realmente consideran que la sociedad no tiene memoria histórica y va a admitir semejante cuento? Incluso los mismos votantes de Macri, frente a una pérdida sustancial de poder adquisitivo (de cerrar paritarias en un 25% estaríamos -como mínimo- ante 15 puntos menos salariales) y un conjunto de restricciones a conductas económicas que hasta ahora consideraban garantizadas sólo “por sus propios esfuerzos”, van a retirar el apoyo brindado. La confianza no es para toda la vida política, y una elección ganada no es un cheque en blanco de 4 años. Debiera(n) saberlo. Aún con la obscena cobertura mediática intentando generar el consenso social para justificar las políticas económicas regresivas para la inmensa mayoría, y brutalmente beneficiosas para la minoría intensa que lo apuntaló para llegar a la Casa Rosada. El Gobierno parece no tomar nota de ésto, y la paz social no se construye con grandes titulares y declamaciones. Van a advertirlo cuando llegue el momento de discutir paritarias.




Entonces, si tenés la suerte de seguir con trabajo (cuidalo mucho y ni se te ocurra exigirle algo a la patronal), el Gobierno te dice: basta de esta economía de mentira, donde cualquier clase media tarjetea y viaja en avión o conoce el exterior. Basta de salir a comer seguido. Basta de osar consumir primeras marcas con financiación subsidiada en 12 cuotas. Basta del crédito hipotecario con tasa muy por debajo de la de mercado, y con ínfimos requisitos para ser sujeto apto para ello. Basta de sueldos con poder adquisitivo. ¡Basta de repartir la torta! ¿Qué es esta locura del "fifty-fifty"? Basta de renovar los electrodomésticos e incrementar el consumo energético. Basta de escapadas los fines de semana largos. Basta de bajo desempleo y salarios altos en dólares. Basta de cambiar el auto. ¿Qué es esta locura de casi un millón de patentamientos, como ocurrió en el año 2013? Basta de partidos de los equipos grandes gratis y en HD. Basta de prótesis y dientes sanos para la gente pobre que no quiera ir a abrirle la boca a estudiantes de odontología en las grandes ciudades, etc.




Lo que nos cuentan estos profetas es que -básicamente- durante 12 años vivimos en una mentira a la que incluso comparan con el 1 a 1, como si acaso las variables del país (relación deuda/PBI, producción, empleo, cobertura previsional, convenios colectivos de trabajo, consumo, patrimonio del Estado, etc.) fueran idénticas y no elocuentemente inversas. Argumentan, entonces, que la decisión política desde el Estado de generar e impulsar una importante demanda agregada en estos años fue una iniciativa desmesurada y que no corresponde para un país periférico. Hablan de “recalentamiento de la economía” como consecuencia del afán demagógico populista, y otras zonceras ya harto demolidas por la realidad efectiva a nivel mundial: ninguna política de ajuste generó otra cosa distinta a recesión/desempleo/menos recaudación/más déficit/más deuda. A esta película ya la vimos. Sólo hay que recordársela a quienes aún permanecen atrapados en esa inmensa maraña desinformadora que los hace pensar y actuar en contra de sus propios intereses. Un clase alta votando a Macri es coherente, un laburante no. Ahí está (estuvo y estará) la clave: lograr traducir que hay un proyecto de país con los trabajadores en el centro, y otro con los trabajadores al costado.




Lo concreto es que la alegría no llegó. El miedo, sí. La sensación de que no cabe más tristeza es abrumadora. Ver la película de los días leyendo historias conmovedoras de gente capacitada que ha sido despedida, es algo muy angustiante. Cómo la elite gobernante nos quiere marcar la cancha todo el tiempo a quienes somos clase media con un “ustedes a ésto no pueden acceder”, es notable. Parece ser que nos habíamos acostumbrado a un bienestar que era de mentirita. Con un BCRA que tenía reservas de mentirita, hasta que el 10 de diciembre mágicamente se convirtieron en papeles “denserio”, con yuanes que dejaron de ser papelitos de colores y devinieron en plata “posta”, etc.




En este desmantelamiento de todo lo que tenga un viso de kirchnerismo, faltaría que eliminen el potasio de la tabla de elementos químicos. Pero parece que por el momento no hace falta: con desguazar Precios Cuidados, AHORA 12, Argentina Sonríe, ProCreAr, Ronda Cultural, la CONABIP, los CAJ, INFOJUS, la unidad jurídica AMIA, las regulaciones financieras promoviendo la inversión PYME y desalentando capitales especulativos, etc. alcanza.




Basta leer las cuentas “El despidómetro“ (@eldespidometro) o “Fui despedido” (@FuiDespedidoAR) para tomar real magnitud del desguace laboral, tanto a nivel estatal como privado, que viene llevando a cabo esta derecha sacada que accedió al gobierno a través de los votos por primera vez en nuestra historia. No como casualidad. No como algo ingenuo, sino como una verdadera política de Estado: generar una masa de desempleo para abaratarle costos (el neoliberalismo, y como decía alguien con escasa formación intelectual hace unos años, considera que “los salarios son un costo más”) al empresariado grande y que participa con capacidad de decisión en esta CEOcracia.





El asunto es bastante lógico: gobiernan para ellos. Lo que siempre hace ruido es la ciudadanía cuyos intereses no tienen nada que ver con un Rocca o un Pagani, y que sin embargo eligió esa opción electoral que la iba a perjudicar en beneficio de los segundos, sin tener presente estas consecuencias. Porque está claro que NADIE QUIERE SUICIDARSE. Nadie quiere empeorar. Nadie quiere empobrecerse. Nadie quiere perder el trabajo, etc. Por ende, quienes votaron a Macri siendo trabajadores clase baja y clase media (con cabecita de patronal) sólo fueron personas que optaron de esa manera porque NOSOTROS no llegamos a explicarles dicha situación. A esta altura resulta imprescindible comprender algo: NO ES SENCILLO eludir esa amplia y sofisticada estructura comunicacional que labura intensamente para alienar el sentido común de la población, acá y en el resto del mundo. Cuando decimos, desde hace tiempo, que “la cultural es la madre de todas las batallas”, decimos éso: es durísimo. Somos David vs. Goliat, pero NO PODEMOS AFLOJAR. Tenemos que estar más pacientes, respetuosos, formados e inteligentes que nunca para poder capitalizar políticamente ese sector de la sociedad que creyó y apostó a un campeón del marketing convencido de que iba a mejorarle la vida, y ya lo está decepcionando, y lo va a traicionar más aún en el transcurso de su presidencia. Entonces, frente a esa voluntad huérfana, ¿machacarle su elección fallida, buscando alegría? ¿Ganamos algo con esas actitudes? Como lo escribió recientemente Sasturain: resistir no es putear, ni estar enojados, ni pasarnos 4 años mirando de reojo la elección del 2015 con una lista de votantes macristas en mano.










Nos prometieron alegría y nos dijeron que cuando se hablaba de las nefastas consecuencias del plan económico-social de Macri, estábamos metiendo miedo. Bueno, lo concreto es que, ante la virulencia de esta derecha autoritaria, en sólo 55 días el resultado es elocuente: la alegría no existe, y el miedo está más presente que nunca. Miedo a perder el sustento. Miedo al castigo por tener una posición político-ideológica contraria al Gobierno actual. Miedo de salir a protestar, por terminar preso (si lo está una dirigente de relevancia nacional, como Milagro Sala, ¿qué nos queda al resto?) o con balas de goma en el cuerpo. Todo se reduce a esa bendita palabra con la que martillaron tanto tiempo durante el kirchnerismo, sin ningún fundamento más que mantener funcionando esa fenomenal maquinaria generadora de prejuicios y pensamiento desclasado: MIEDO. Ahora hay temor de pedir recomposición salarial frente a los aumentos de precios, porque el Ministro de Economía dice: aumentos o puestos de trabajo. Algo que creímos superado en la república Argentina. La verdad es que no cabe más tristeza, pero -al mismo tiempo- hay y debe haber lugar para la discusión política manifestando todas estas cuestiones. No nos puede ganar la angustia en este festival de días grises y repletos de miseria humana explícita, sino que debemos enfrentarlo con inteligencia y estrategia. Por los que no están. Por los que van a padecer este gobierno de gerentes para el puñado poderoso, y necesitan estar acompañados. Por quienes están dando sus primeros pasos en la vida y también quienes van a venir a este suelo, tenemos la obligación de lograr que el compendio de políticas regresivas que comenzó el 10 de diciembre sea sólo el paréntesis entre dos décadas ganadas. Es nuestro deber luchar por ello. Con cantar “Vamos a volver” no alcanza. Inteligencia y estrategia. Hoy, más que nunca. Tenemos la responsabilidad de acompañar la caída de cada ficha ciudadana en esta etapa. Ahí está el capital político que va a garantizar que el proyecto de país nacional y popular vuelva a conducir los destinos de la Patria. La magia ni existió, ni existe ni existirá.







PD: recomiendo con especial énfasis que vean en twitter las notas con la etiqueta #MilitandoElAjuste, con el periodismo que te invita ser cool y achicarte, a partir de la iniciativa del compañero @nanoxdominguez. Aquí, algunos ejemplos. No tienen nada que ver ni la Barcelona ni EAMEO, en serio.