Había una vez, una religión preponderante en el mundo, compuesta –a grandes rasgos- por dos expresiones filosóficas y copada por una de ellas. Desde Constantino hasta nuestros días, siempre primó la visión liberal, donde la Iglesia hace las veces de monumento a la hipocresía mundial. Estamos frente a una institución con una vasta retórica igualitaria, y una escasa práctica en esa dirección, jugando casi siempre a ser el escudo moralista de los grandes responsables de las injusticias que ha padecido (y padece) la población en nuestro planeta.
La historia
muestra que en múltiples ámbitos ha ocurrido que la estructura jerárquica
avanza en un sentido distinto (cuando no, contrapuesto) al de las bases. Lo de
la Iglesia no es distinto, y quizás la muestra más cruda de ello sea lo
acontecido en nuestro país unas décadas atrás, con la trágica diferencia entre
el barro del Tercermundismo (la “Opción por los Pobres”, con referentes como
Mugica y Angelelli) y el pavimento de la cúpula eclesiástica (lo que podríamos
denominar “Opción por la Complicidad”, con Primatesta y Von Wernich como
emblemas), que coqueteaba con los amos y señores de las vidas en ese entonces,
al mismo tiempo de sobreactuar preocupación y sensibilidad humana.
Frente a este
panorama, el abandono de practicantes católicos fue la norma. El abismo entre
el compendio de voluntarismo plasmado en el Evangelio y la praxis de la Iglesia,
siendo militante de la caridad y despreciativa de la solidaridad (Galeano
dixit), sirve como explicación para esa situación. ¿Qué pasó? Pasó que llegó un
Papa que vino a retomar los lineamientos del Concilio Vaticano II, fruto de la
voluntad de Juan XXIII por lograr una Iglesia reflexiva y más cerca de los
castigados del mundo que de los centros de poder. Y en ese despertar de la
vocación transformadora es que el ruido viene siendo una constante, desde la
palabra y los hechos. Desde Ucrania hasta Gaza, desde Cuba y Estados Unidos
hasta Lampedusa, desde el Banco del Vaticano hasta la pedofilia. Si
interpretamos que REVOLUCIÓN implica una serie de cambios bruscos en favor de débiles
mayorías históricamente postergadas, entonces estamos en condiciones de afirmar
que lo que viene llevando adelante Francisco en la Iglesia Católica Apostólica Romana es
una REVOLUCIÓN.
Parece claro
que actualmente están en disputa dos proyectos de sociedad: uno, con un Estado
servil a las Corporaciones, que arrodilla a su Pueblo frente al capitalismo
salvaje; y otro, con un Estado que contempla al conjunto de la ciudadanía y
tiene como objetivo la inclusión social, la distribución de la riqueza y la
equidad. Es en este contexto que las contundentes manifestaciones de Francisco
lo posicionan claramente enrolado en la segunda visión, señalando la
inhumanidad de la primera y cuestionando su hegemonía pese a los resultados
catastróficos que exhibe. Digo Francisco, porque Bergoglio en otros momentos
tuvo expresiones más complacientes con el primer paradigma, y cuestionadoras de
los Gobiernos enrolados en la segunda perspectiva política y social.
Entonces,
¿Francisco es Bergoglio? Parece ostensible que no. ¿Qué cambió? La entidad de
lo que se lidera, y la conciencia frente a ello. De la –a esta altura- célebre “Guerra
de Dios” en relación al matrimonio igualitario, a un vehemente cuestionamiento -por ejemplo, y entre otros- de “la
concentración monopólica de medios de comunicación social” que hace las veces
de herramienta de colonización que moldea conductas y estándares de consumo. Es
decir, es perfectamente válido que haya una modificación en la mirada acerca de
todas las cosas, siendo distinto el lugar que se ocupa. A distinto rol,
distinta perspectiva. La incorporación de nuevos elementos parece hasta lógica.
¿Y los
cuestionamientos respecto de su actitud frente a las violaciones a los DDHH que
tuvieron lugar en nuestro país en los ’70? Siguen vigentes, como también
permanece otra línea de pensamiento que sostiene un combate en lugar de una
colaboración. Tanto Horacio Verbitsky como Alicia Oliveira merecen respeto y consideración,
mínimamente.
Volviendo al
fondo: el cambio sustancial en el enfoque de la Iglesia -a partir de su cabeza,
porque subsisten influyentes núcleos conservadores en el Vaticano- quedó
masivamente plasmado en Ecuador, Bolivia y Paraguay, donde quedó configurado un
escenario conmovedor que expresa la vuelta de la esperanza a partir de una
conducción que marca el camino en ese sentido, delineando conceptos claros y
con asiento en la realidad. Sobre todo con las palabras de Francisco en la II Cumbre
de Movimientos Sociales (la primera había tenido lugar en Roma, con Evo como
único mandatario presente), en Santa Cruz de la Sierra, es que a uno le quedó
flotando la sensación de estar presenciando un acontecimiento histórico,
trascendente para la posteridad. Lo que ocurre es que la contemporaneidad suele
potenciar la posibilidad de miradas sesgadas, para sobrestimar o subestimar
consecuencias y efectos de determinados hechos. Afortunadamente en el
transcurso de las horas aparecieron opiniones calificadas como las de Atilio
Borón y Leonardo Boff, entre otros, para confirmar que la percepción particular
de uno en relación a lo que había presenciado no era algo desubicado ni
exagerado.
Que el máximo
representante de una institución -milenaria y poco propensa a la autocrítica- pida
perdón por atrocidades, no es cosa de todos los días. Que lo haga delante de
descendientes de las víctimas de esas atrocidades, tampoco.
Que desde el
centro de Europa se tenga una mirada integral e implore interacción en vez de subordinación
potencias-periferia vía Tratados de Libre Comercio y colonización de toda índole,
también aparece como algo excepcional.
Sólo por
mencionar dos de las muchas crucialidades sobre las que el Papa planteó una dicotomía
y asumió una postura. En definitiva, lo que hizo y viene haciendo Francisco fue
(y es) patear el tablero.
Escuchándolo
en vivo en Paraguay me hizo ruido una crítica suya a la ideología, definiéndola
como una maquinaria montada para negar al Pueblo, poniendo como ejemplo lo
acontecido en el siglo XX. Haciendo una interpretación por encima, creo que
hizo referencia a la publicitación (y agitación) ideológica in extremis, que
marcó la tragedia humanitaria que tuvo lugar el siglo pasado, con el nazismo y
el comunismo (en la ex URSS) como dos expresiones contundentes de ello. Desde
ya que exigir un Estado presente, que fomente un sistema económico que piense
más en el ser humano que en la especulación financiera, es un razonamiento
profundamente ideológico. Entonces, desde que plantea la línea divisoria de
aguas y señala su posicionamiento en un lugar que coincide con el nuestro, es
que pasamos del Cardenal Bergoglio al compañero Francisco. Sabemos que en la
vida hay veredas, y en ese sentido es que el Papa está en una y, por ejemplo,
la jerarquía eclesiástica tucumana está en otra.
Aprovechando
esa situación, me parece oportuno traer a colación las palabras del Padre
Mugica, que –siendo prácticamente increpado por asumirse ideológicamente-
afirma enfáticamente que Jesús fue el primer gran idealista en el
mundo, y que un ser humano sin ideología es un cadáver viviente.
PD: para leer
algo serio sobre el tema, acá: http://panamarevista.com/2015/07/13/dos-tres-muchos-francisco/
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