Terminaron
las Primarias, y quedaron (quedan) una serie de sentencias dando vueltas en
boca de quienes aspiran a que se vaya el oficialismo nacional. Uno de esos hits,
de gente que vive hablando de la república y pide que CAMBIEMOS, viene de la
mano de una palabrita mágica a la cual el sentido común suele asignarle una connotación
positiva: ALTERNANCIA. Concepto curioso, dado que en su uso habitual pareciera
significar que le toca una vez a cada uno. El argumento que utiliza esta guardia
pretoriana de las instituciones de la Patria es bastante sencillo: como ya les
tocó a ellos, ahora nos toca a nosotros. En rigor, el detalle que pasa por alto
este conmovedor pedido de acompañamiento (con un “por
favor” de color amarillo) es algo harto conocido: la DEMOCRACIA no es un juego de mesa. No es un turno cada uno.
No es un gobierno cada uno. La alternancia es una hipótesis dentro del juego
democrático, que implica la posibilidad de plebiscitar una gestión, para que
venga una distinta o no. Es decir, lo positivo es someter a los oficialismos a la voluntad popular, no necesariamente que ellos pierdan. Democracia es que
gobierne quien gane, venga haciéndolo o no. Ahí está la clave: que decida el
soberano. Pretender un mandato para cada partido con apoyo ciudadano importante presupone un
infantilismo mayúsculo, como un nene que acaba de ver jugar a otro y quiere el
juguete, y se desprende de declaraciones en tono caprichoso -y
haciendo pucherito- por parte de algunos dirigentes, que le manifiestan a la
sociedad una suerte de exigencia/derecho de gobernar: “ya le tocó a él, ahora me toca a mí”. No,
no y no. No es que inexorablemente te tiene que “tocar” a vos porque “ya le
tocó a él”, sino que tenés que hacer los méritos suficientes para demostrar una
propuesta superadora a la de él y ganarle, aunque él venga haciéndolo hace
muchos años. Con ser “lo nuevo” no alcanza, genios (y genias, claro).
Entonces,
se trata de algo muy elemental: asumirse y dar el debate político, sin pedidos
lastimosos ni repentinas preocupaciones por la operatividad de nuestro sistema
electoral. En general, tanto dirigentes como ciudadanos. Discutir, confrontar
posiciones, hacerse cargo de lo que uno piensa y dice. Argumentar, persuadir.
No parece algo tan complejo. Lo positivo es tener la posibilidad de cambiar (o
no) al final de cada mandato. Éso es mucho. Ojalá la militancia opositora
empiece a ser consciente de ello y esté a la altura.
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